Figuras relevantes de la Medicina Psicosomática Española: Don Miguel Ríos Mozo, maestro de la Medicina Psicosomática Sevillana
15/06/2015
Don MIGUEL RÍOS MOZO (1927-2003), fue un médico sevillano de la escuela de Don José Cruz Auñón, especialista en Medicina Interna, de amplísima y brillante práctica profesional y fecunda labor docente, como Profesor Adjunto de Patología Médica en la Facultad de Medicina de Sevilla.
Cuando le conocí, a finales de los años sesenta del pasado siglo, era una destacada figura de la medicina sevillana de reconocido prestigio, tanto por sus aciertos clínicos, como por su humanismo que derrochaba a raudales entre sus enfermos.
Dos pasiones coronaban su quehacer: En el campo de la Medicina, un saber, al que se entregaba con pasión desde hacía algunos años, relativamente novedoso por entonces, la Medicina Psicosomática, a la que dedicó mucho tiempo a su expansión a través de la revista que dirigía “Híspalis Médica” y numerosísimas conferencias en círculos médicos. Recuerdo con nostalgia haber colaborado con él en algunas de las múltiples intervenciones a las que era invitado como experto en Medicina Psicosomática, por Instituciones Colegiales Médicas de Andalucía y de otras regiones españolas. Su segunda pasión los Toros, de los que era un aficionado que sentía la Fiesta Nacional y conocía a la perfección su intrincado ritual.
Don Miguel Ríos Mozo supo aunar ambas pasiones en algunos de sus escritos, precisamente voy a servirme de uno de ellos para sustentar los comentarios a los que seguidamente me referiré.
En la revista de “Estudios Taurinos”, concretamente en su número 1 correspondiente al año 1994, escribe Don Miguel un amplio artículo titulado: “Un hontanar sin fondo. Humanismo de Juan Belmonte”, en el que con habilidad y sabiduría plasma su admiración y respeto por tan alta figura del toreo, con un profundo análisis de la personalidad del diestro que enmarca en el ámbito de la Medicina Psicosomática.
Refiere el Dr. Ríos Mozo en el artículo mencionado, un acontecimiento, contado por el mismo Belmonte, que tuvo lugar una tarde de toros. Al parecer al maestro le inquietaba que un pelo de su muslo que había pasado por un pequeño orificio de la media que cubría su pierna le produjera “una inexplicable sensación de angustia”. Creyó tener “la revelación de que algo así como de su intimidad quedaba a la vista y a merced de los demás”.
Este episodio, aparentemente menor, desencadenará un acontecimiento de particular significación para Juan Belmonte y que el Dr. Ríos Mozo enmarca dentro de la Medicina Psicosomática, partiendo de una experiencia del propio matador por la que sabía que bajo determinadas situaciones emocionales tenía lugar un crecimiento más acelerado del pelo, lo que había comprobado cada vez que se enfrentaba a corridas de gran responsabilidad, viendo como le crecía más la barba.
Según Ríos Mozo, en el curso de éste episodio, el matador tenía el presentimiento de que si el vello seguía atravesando su media, su inminente faena al sexto toro de la tarde, constituiría un total fracaso. Por eso se afanó hurgando con el dedo en el orificio de la media, hasta que hizo desaparecer el pelo en el interior de la misma. “Fue entonces –sigue refiriendo el Dr. Ríos Mozo- cuando se levantó del estribo del burladero”, realizando una faena memorable.
“Después de haber dado muerte al animal no recordaba nada de lo que había hecho mientras estuvo toreando”, según constató el mismo Juan Belmonte.
Es evidente que Don Miguel Ríos Mozo al considerar como psicosomático este episodio de la vida de Belmonte, no sólo lo hace por la posible influencia de los estados emocionales y el crecimiento piloso, sino porque ve relaciones psicosomáticas de mucho mayor calado.
Intentemos representarnos la escena contada por Belmonte y descrita por Don Miguel. Juan Belmonte está en el burladero de la plaza presenciando como sus compañeros de terna habían triunfando de forma clamorosa. Él no había tenido éxito con el tercer toro de la tarde que le correspondió. Estaba abochornado. Su atención, se centra en el vello que sale de su media, acontecimiento insignificante, aparentemente, pero que él vincula con el éxito o fracaso de la lidia de esa tarde. Se afana en corregir la anomalía que tanto le preocupa. Lo consigue y, hecho lo cual, inicia su faena con el sexto toro que culmina con un éxito sin precedentes. Pero, curiosamente, -apunta con mucha perspicacia Ríos Mozo- “es incapaz de recordar lo realizado durante la faena”.
Para el torero, experimentó un estado de “trance”, similar al del “médium” que realiza fenómenos paranormales; para el médico, un estado particular de conciencia caracterizado por un estrechamiento del campo de la misma, es decir, un “estado crepuscular”. En tal estado, el sujeto realiza complejas conductas sin tener conciencia de su ejecución. Se ponen en marcha automatismos regidos por estructuras subcorticales que suplantan exitosamente al cortex. La carencia de las inhibiciones propias de la conciencia reflexiva, favorece la movilización de tendencias innatas y automatismos, que propician esa explosión caleidoscópica que, en ciertos sujetos, genera un comportamiento único e irrepetible prototipo de lo sublime de la creación artística.
El acontecimiento referido por el Dr. Ríos Mozo y su inclusión como fenómeno psicosomático trae al primer plano de nuestra atención ciertos fenómenos propios del genio creador, como su intuitiva forma de penetrar en el “hontanar” donde nacen sus originales y únicas maneras de transmitirnos lo sublime.
Se trata de un mecanismo muy próximo a la “autohipnosis”. En el caso concreto que estamos comentando parece que, la preocupación angustiosa de Juan Belmonte, sustentada en su sentido de la responsabilidad, invade y acongoja su “unidad volitiva”. Sólo cabe una defensa, convertir la descontrolada angustia flotante en una circunscrita sensación de malestar referida al pelo rebelde de su muslo. ¡Ya es posible controlar la angustia! Es suficiente con que el rebelde vello quede convenientemente situado dentro de la media para que tenga lugar el milagro: Se genera un singular estado de conciencia que permite que sin la menor censura fluya libremente esa corriente inconsciente de impulsos y tendencias que se plasman en conductas originales que nos hacen experimentar, a los humanos corrientes, algo de la esencia de lo que llamamos arte.
En el artículo de Don Miguel Ríos Mozo, se recogen también otras dos experiencias autobiográficas del maestro del toreo, igualmente portentosas.
Aunque ninguna de ellas posea tanta vinculación psicosomática como la primera ya expuesta, si que en ambas se aprecia una participación de inquietantes singularidades que trascienden lo propiamente psíquico-somático. Se vinculan los acontecimientos a un “sexto sentido”, a una fuerza vital o vitalizante, capaz de llenar de sentido ciertos hechos cotidianos.
En los dos relatos, que el Dr. Ríos Mozo encuadra en el ámbito de lo parapsicológico, es posible encontrar un fenómeno psíquico que a manera de nexo de unión los vincula estrechamente a ambos. Como seguidamente veremos, los dos relatos pivotan en torno a un sentimiento que liga estrechamente a los protagonistas implicados en los mismos: La amistad, en uno, y el amor, en el último.
En el segundo relato del artículo que estamos comentando, referido en ese orden por Belmonte, cuenta éste como fue capaz de frenar en su marcha, a un buen amigo al que localizó estando en compañía de su hija, en una calle de una ciudad extranjera y que se alejaba de ellos sin haber advertido su presencia, ni oír sus reiteradas llamadas casi a gritos. Ante el temor de perderlo sin remedio en la gran ciudad, Belmonte se concentra y ordena con su pensamiento al amigo que se pare. El amigo, como retenido por una fuerza misteriosa, no sube al transporte hacia el que se dirigía, permitiendo así que Belmonte y su hija lo alcancen. Tras la alegría y los saludos del encuentro les refiere que había sentido como si una fuerza extraordinaria tirara hacia atrás de él reteniéndolo.
En el tercer relato el torero refiere un encuentro amoroso con una Srta. de la alta sociedad de la que estaba enamorado y que le correspondía, en el curso de una fiesta para celebrar su reciente triunfo. Al día siguiente Belmonte toreaba en otra localidad a la que se desplaza con su cuadrilla. Tras descansar, después de la noche de viaje, duerme unas horas antes de la corrida. Sueña que besa a su amada apasionadamente pero que ésta se le escapa, por más esfuerzos de succión que ejerce en el beso, para mantenerla con él, por fin la pierde, y entonces lo despierta su mozo de estoque. Más tarde, terminada su intervención en la lidia, sus compañeros le informan de la muerte accidental, en una cacería de patos, de su amada, llena de vida el día anterior.
Sin entrar en conjeturar hipótesis imposibles para estos dos últimos fantásticos relatos, lo que no puede negarse, como anteriormente mencionamos, es que en ambos existe un fuerte sentimiento entre los actores implicados.
La fina intuición y exquisita sensibilidad psicosomática de Don Miguel Ríos Mozo, nos entreabre la puerta del “hontanar sin fondo” del alma humana, mediante tres relatos autobiográficos de Juan Belmonte, arquetipo de profundo hontanar.
Cádiz, 24 de mayo de 2015.
Fdo.: Dr. José Manuel González Infante